Para anhelar hacer la voluntad de Dios y no la mía, hay algo que debo tener muy claro, y es que sólo en mis fuerzas o entendimiento, no lo voy a poder lograr.
Para lograrlo, debo conocer al Señor, relacionándome con Él por medio de una permanente oración, y profundizando en su palabra. De esta manera, poco a poco iré ganando instrucción, docilidad de corazón y crecimiento en mi fe.
Este proceso de crecimiento tiene altibajos en el camino de la obediencia.
Rom.7:15-19 dice: No entiendo mis propios actos: no hago lo que quiero y hago las cosas que detesto. No soy yo quien obra el mal, sino el pecado que habita en mí, quiero decir, en mi carne. El querer está a mi alcance, el hacer el bien, no. De hecho no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero.
Hay una fuerza en nuestro interior que nos dificulta el ser obedientes a Dios y eso está inscrito en nuestra carne.
Pero hay otra fuerza mucho más poderosa, que es la de la conciencia apoyada en la fe, que se deja guiar por el Espíritu Santo, hasta que éste toma el control de mis pensamientos, sentimientos y decisiones.
Generalmente creemos que somos libres, por hacer nuestra propia voluntad, pero el Señor nos dice en: (Juan 8:31) Ustedes serán verdaderos discípulos míos si perseveran en mí palabra; entonces conocerán la verdad, y la verdad los hará libres.
Vivir enfocados en Dios, sabiendo que le pertenecemos, nos da la confianza y seguridad que él nos va guiando por un camino de transformación, de certezas y de liberación.
Cuando llegué a la comunidad Al Tercer día, poco a poco fui aprendiendo que seguir apoyándome en mi propia prudencia no era conveniente para mí. Si verdaderamente quería sentirme libre, debía hacer la voluntad de Dios.
El primer paso de OBEDIENCIA que tuve que dar fue el de perdonar a una persona.
Me acuerdo que me costó muchísimo comprender ¿Por qué tenía que perdonar a alguien que yo no había ofendido?
Si me ocurrió todo lo contrario, era yo la que había sido ofendida, despreciada y maltratada.
Dar este paso de obediencia a Dios, requería firmeza y francamente en ese tiempo era una persona extremadamente sensible, sometida a mis emociones, con una manera de pensar totalmente contaminada por las circunstancias, de manera que no me fue nada fácil.
Pero Dios había comenzado a conquistar mi corazón, entonces ya sentía más insatisfacción por no hacer lo que su palabra me decía, que el dolor por las ofensas que había recibido.
Fue así que durante un tiempo de cuaresma tomé determinación y valor.
Hablando con Jesús, meditando y reflexionando todo lo que él había hecho por nosotros en la cruz, sentí el deseo de querer hacer algo, (algo que me costara mucho) como forma de demostrarle mi amor y agradecimiento.
No lo habría podido hacer, si no hubiera sido Jesús mi inspiración y fortaleza, el que acomodó todas las cosas para que yo pudiera vencer la debilidad de la carne y poder perdonar.
Fue un sábado de Gloria (después de hacer 40 días de ayuno y oración junto a la comunidad), me animé a tomar el teléfono y llamar a la persona en cuestión.
Del otro lado del teléfono, me atienden y cuando escucha mi voz, recibo el peor de los insultos y un ruido de un corte en seco que quedo resonando en mis oídos…
En ese momento quede con la mente en blanco, mis emociones fluctuaban pero, sentí una voz interior que me decía: “Volvé a intentarlo, no te dejes ganar por el enemigo”.
Ahí me di cuenta, en ese preciso instante, que lo importante no era lo que sentía, sino hacer lo que Dios me pedía.
La palabra de Dios me recordó, que debemos cargar con la debilidad de los que aún, no están firmes en la fe, no buscando nuestro propio agrado. (Rom.15, 1)
¿Si Dios había hecho tanto por mí, por qué, yo no iba a dar ése paso de Fe?
No le di tiempo al enemigo para que me llenara la cabeza de dudas ni frustraciones.
Entonces me envalentoné nuevamente y volví a llamar. Esta vez, le di una explicación del motivo de mi llamada, ya que esta persona, había estado muy enferma e internada reiteradas veces.
Por unos segundos me escuchó, le dije que le deseaba una pronta recuperación, que si podía ir a visitarla (quise seguir un poco más la conversación) pero, me dijo que por ahora no y nuevamente me cortó.
Cuando terminé de hacer, lo que entonces, para mí era un acto de valentía, no podía parar de reírme por toda la situación, no me sentí humillada, ni frustrada, me sentí victoriosa, eufórica, no paraba de agradecerle a Dios el haber dado ese paso.
La intención de compartir algunos de los detalles de esta situación, es para señalar lo dificultoso que puede llegar a ser cumplir la voluntad del Señor; pero en su fuerza todo es posible.
Más allá de los resultados inmediatos, que no fueron muy alentadores, lo pude hacer y me sentí aliviada.
En los tiempos que siguieron, el Señor fue acomodando todo para sanar las heridas, tanto mías como las de esta persona; ya que nunca más, se volvió a enfermar con la frecuencia que le sucedía y menos aún de gravedad.
Eso nos demuestra que “EL PERDÓN, NO SOLAMENTE LIBERA, SINO QUE TAMBIÉN SANA”.
A partir de ahí, no permití que nadie más me afectara con sus opiniones o juicios de valor. Comprendí que era y soy valiosa, por el solo hecho de ser creación divina. Además, Él como Padre nos ama, entonces las demás voces fueron restando importancia, sumando mayor confianza y autoestima en mí.
Luc.14:11 dice, Porque todo el que se engrandece, será humillado; y el que se humille será engrandecido.
Esta historia no podía terminar sin una recompensa; pues, Dios no se deja ganar en generosidad. ¿Por qué digo esto?
Durante años, estuve buscando de Dios solamente yo, sin que mi esposo me acompañara. En todo ese tiempo oraba mucho para que Dios toque su corazón y él también busque conocerlo.
Si bien tuve una respuesta a esas oraciones. El Señor me mostraba claramente que el origen de esa bendición surgió en ese acto de obediencia. Después de 11 años, mi esposo, también le entregaba su corazón a Jesús.
Dios me revelaba, que ahí donde fui afligida, Él me favorecía, ya que esta persona de la cual el Señor se valió para enseñarme a confiar en Él, a ser humilde, y fortalecerme, es la mamá de mi esposo.
Sumado a ésta gran bendición, que fue la conversión de mi esposo, hubo un plus, una añadidura: Mi suegra me pidió perdón.
Hoy día me valora, me respeta y me quiere mucho, por supuesto que yo también a ella.
Prov.22, 4 dice: Si eres humilde y temes al Señor, tendrás riqueza, honor y vida.
Y yo, obtuve una RIQUEZA espiritual que desconocía; me hizo crecer en sabiduría y en fe.
Comprendí el HONOR de haber sido probada, para reconocer mis limitaciones y faltas ante Dios y así buscar enmendarlas y reconciliarme con Él.
Por supuesto que a nadie nos gusta pasar por el proceso de la prueba, pero una vez superada, vemos la gracia de Dios derramándose en nuestra vida y nos damos cuenta que valió la pena.
En Rom. 8,18 Pablo nos dice: Pues considero que los sufrimientos de este tiempo presente no son dignos de ser comparados con la gloria que nos ha de ser revelada. Viéndolo de esta manera; es un HONOR haber sido probada.
Y por último, pude ver que después de cada prueba, mi VIDA fue transformándose para mejor; pudiendo experimentar, un pequeño adelanto de las riquezas que nos espera a los que creemos y obedecemos a Dios.
Una nueva conciencia del amor y poder de Dios guía mi vida. Hacer su voluntad me hace sentir verdaderamente libre, me mantiene humilde y en su presencia.
Cuando obedecemos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada… recibimos todas las bendiciones que el Señor nos quiere dar, tanto aquí en la tierra como en el cielo.