Ya no eres Jacob, tu nombre es Israel.

Escrito el 25/02/2022
Jose Ferrua

Desde Génesis 25,19 al 33,17 se relata la historia de los gemelos Esaú y Jacob, que, desde el vientre de su madre, ya estaban en conflicto: en el nacimiento, Esaú fue el primero en salir y agarrado de su talón venía Jacob-como tratando de impedir que él naciera en primer lugar-. Reflexionando sobre este hecho, hoy en día sería cómico; pero en aquel tiempo era algo importante nacer primero, porque el primogénito tenía más derechos que todos los siguientes hermanos. Isaac era rico, poseía muchos bienes y Esaú era bendecido con ello. Pero además le correspondía la bendición del padre, lo cual le daba la certeza de la futura prosperidad, la autoridad y el liderazgo sobre la familia. Jacob era ‘el segundo’, el más pequeño, el último, y le costaba mucho sobreponerse a esto; por lo que vivía maquinando la manera de quitarle la bendición a su hermano mayor, cosa que consiguió usando la manipulación y la mentira como estrategias.

Isaac miraba más a Esaú que a Jacob, y esto también lo fastidiaba. ‘Jacob’ no sólo significa ‘el que agarra el talón’; sino también ‘engañador’, ‘suplantador’ y ‘usurpador’. Primeramente, consiguió la primogenitura a cambio de un plato de guiso, ya que Esaú llegaba del campo con hambre y lo esperó con una exquisita comida para engañarlo. Luego, con su madre Rebeca traman engañar a Isaac-ya ciego- convidándole una comida que le gustaba mucho; y cubriéndose con pieles de animal, ya que Jacob era lampiño y Esaú muy velludo. Madre e hijo logran el objetivo propuesto.

Isaac y Rebeca cometieron el error de haber hecho diferencias entre sus hijos, por lo que, si hubieran evitado eso, no se habrían confrontado los hermanos entre sí durante años. Por eso, debemos tener cuidado con los nietos-nosotros somos muy cuidadosos en este sentido: lo que le damos a uno se lo damos a los demás, para que sientan igualdad de valoración. Si has sido víctima de comparaciones y favoritismos, quiero decirte que Dios desea fortalecer tu ‘yo’ que tiene un valor profundo. Pídele al Espíritu Santo que te revele si has adoptado una personalidad fingida aparentado que eres ‘Esaú’ cuando en realidad eres ‘Jacob’. Al rato de haber engañado a Isaac, llega Esaú, y, enterado del robo de su bendición, decide matar a su hermano. Entonces Jacob huye y pasa más de 20 años alejado de su familia.

Jacob consiguió la bendición, pero a cambio perdió su familia, su casa y su país: cuando queremos alcanzar algo fingiendo ser quienes no somos, las cosas se complican. ¿Quiénes somos? ¿Cómo estamos? ¿Somos realmente lo que representamos? Jacob aprendió a mentir, a estafar, y pudo vestirse y hacer el papel de su hermano para conseguir lo que deseaba. Pero ¿le trajo satisfacción esa actitud? Esto nos hace reflexionar acerca de nuestras metas: ¿son las correctas? Podemos alcanzarlas, pero si son las equivocadas, terminaremos en lugares equivocados. Una cosa es preguntarse si estamos alcanzando nuestra meta, y otra muy distinta es preguntarse si esa meta es buena, si es la mejor… Muchas personas consiguen riquezas, pero son infelices… Recordemos que “las bendiciones de Dios no añaden tristeza” (Proverbios 10,22): cuando el Señor nos bendice somos realmente felices, disfrutamos de la familia, de los bienes adquiridos con honestidad, … Esto no significa que tendremos una vida perfecta y libre de dolor, pero sí tendremos verdadera alegría.

La bendición que recibió Jacob fue una bendición limitada: si somos sinceros no nos costará identificarnos con ‘Jacob’. Creo que en algún momento estuvimos ‘disfrazados’ … y por esta razón hemos sentido ‘ese’ vacío interior y nos preguntamos por qué ciertas cosas, en lo cotidiano, nunca cambian… Debemos aprender a blanquear nuestra vida, reconociendo al ‘Jacob’ que llevamos interiormente. En esta bendita Comunidad ‘Al Tercer Día’ hay muchos hermanos valientes que se han sincerado con Dios y con el grupo; seguramente no sin haber batallado en lo profundo del alma. Ello tiene un valor enorme porque es a partir de ahí que el Señor comienza a bendecirnos. La presión que se siente el tener que ser cada vez más santos dentro de la Iglesia es fuerte; y a veces ponemos caras de santos cuando no lo somos, parecemos personas de FE cuando no tenemos FE; demostramos caminar tras los pasos de Jesús, pero estamos lejos de hacerlo, … vivimos ‘actuando’…

Todos caminamos con caídas y sufrimientos; no podemos ser tan duros con nosotros mismos ni con los que tenemos ‘al lado’. DIOS AMA TU ‘YO’ VERDADERO, y lo ama con sus partes más oscuras, esas que mantenemos en secreto; pero necesita que no estés disfrazado de Esaú, que no estés ‘con pieles’, que seas GENUINO.

Jacob se fue a vivir con su tío Labán que era más engañador que él, lo superaba: 14 años lo hizo trabajar por falsas promesas. Pero Jacob decide regresar a su casa paterna y enfrentar a Esaú; y en ese regreso se encuentra con Dios mismo y lucha contra Él (Génesis 32,25-30). Cuando Jacob reconoce realmente quién es él, Dios lo bendice (en reparación por el engaño hecho a su padre): “Yo soy el engañador, el que ha perjudicado, el traidor, el que nació segundo, el farsante, el temeroso, yo soy Jacob…”  Dios lo transforma y le dice quién sería en adelante: “Ya no te llamarás Jacob sino Israel”. ¡Qué conquista! De engañador a batallador con Dios; porque eso significa ‘Israel’: “el que pelea junto con Dios”. Jacob seguía siendo Jacob, pero en Dios era Israel: seguía teniendo debilidades, pero en Dios era fuerte; y cuando aceptamos quiénes somos, Dios hace su Obra por medio de nuestras flaquezas e imperfecciones.

En la pelea con tus propias inseguridades, temores y fracasos, es el momento justo para que Dios te muestre quién eres realmente, y para que recuerdes también Quién ES ÉL: el que transforma vidas. Nuestra lucha es constante con el Jacob que llevamos interiormente; pero lo más importante es la ‘nueva persona’ que incorporamos dentro de nuestro ser. Y en la ida hacia el encuentro con su hermano, Jacob iba inseguro pensando que Esaú lo mataría o que tomaría una represalia contra él; y gracias a esa lucha con Dios, cuando se encuentran se abrazan y lloran. Pienso que, en ese momento, Esaú es la misma imagen de Dios: “No importa lo que hayas hecho, lo que vale a mis ojos es tu persona. Me interesa quién eres, eres mi hermano, al que amo”. En conclusión: nuestra batalla no es contra lo que nos rodea exteriormente-con el dinero, con el empleador, con el empleado, …-sino con nosotros mismos en lo profundo del alma. Cuando estamos sanos interiormente y nos acercamos más a Dios, es cuando comenzamos a vivir la vida de Israel.

Hoy te invito a llamarte por tu nombre, decláralo como hizo Jacob, ya que por ello automáticamente el Señor bendijo su vida y empezó una verdadera transformación, así sucederá contigo. Porque Dios nos ama con nuestras miserias y desea que nos parezcamos más a Israel. Oremos: “Señor aquí estoy, YO SOY…………... (pronuncia aquí tu nombre), soy el que ha pecado por debilidad, el que perdió la paz, el que hizo cosas que no debía hacer, … Yo soy………., el que Tú amas; sé que tienes para mí un tiempo nuevo, un tiempo de Israel; sé que me perdonas. ¡Bendito y alabado seas! ¡Gracias, Señor, porque Tú me rescatas de los lugares de Jacob para trasladarme a los lugares de Israel! ¡Señor, Tú me levantas en tu Bendita Presencia! ¡Tú ERES el Santo de Israel, el León de Judá, ¡la Roca Firme! No me avergüenzo de quien soy, todos estamos en proceso de cambios. ¡Aleluya!